Yo nunca
supe de donde venían aquellas hostias,
porque
mi bondad era así castigada.
Había
tanto odio en el humo de aquel café
mezclado
con el de su tabaco,
que para
mí solo eran las cenizas del
fuego
que me acababa de quemar.
Yo siempre supe de donde venía aquel amor,
que
convertías tu dolor en caricias,
veía
tanto cariño en tu mirada…
que
nunca sentí miedo.
Ahora quizás entiendo que nací del miedo y del dolor
mezclado
con el amor más puro,
que ve
su llama apagarse.
Soy mezcla de su ira
que tu
apagabas con la mirada,
mañanas
de sus tormentas…
noches
de paz en tu regazo.
Mi yo niño pronto comprendió
de dónde
venían sus golpes,
eran tu
culpa…
por
nacer, ser, tu enfermedad.
Noches sin dormir,
por las
que mi pequeño cuerpo tuvo que pagar.
Tu
respiración que no quería salir,
mientras
gritarme se convirtió en su oxígeno.
Quizás no merecía nada,
puede
que yo fuera el culpable de todo.
Tú
convertiste tu quemarte por dentro,
en la
llama del amor más puro…
ella
cambió sus miedos,
por mi
odio y mi condena.
Y mi castigo fue buscar siempre tu orgullo,
mientras
a ella le negué todos mis abrazos,
mirar
juntos la tele,
mientras
ignorábamos sus palabras…
pagué
toda mi incomprensión con la mayor de las indiferencias.
Ella mató mi infancia,
pero
fuiste tú quien rompió mi corazón,
tu
enfermedad, tu fragilidad
escondida
detrás de la más hermosa de las sonrisas.
Porque ahora sé que fue ella,
la
enfermedad con mayúsculas,
la fecha
de caducidad de una vida demasiado corta,
tú, hija
de la gran puta, rompías cada día
nuestro
pequeño hogar.
Manchabas de mierda todo,
envenenabas
todo el ambiente…
y ahora
veo que sólo había una máscara anti-gas…
y tú me
la pusiste a mí.
Quizás hubiera preferido tu odio,
tus golpes,
una mirada fría o un rechazo…
porque
el día que te fuiste…
me
mataste contigo.
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